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¿Malos o Locos?

Cuando se muestran a personas normales fotografías de rostros angustiados, la amígdala se activa. Empieza a enviar al hipotálamo y a otras regiones del cerebro señales que provocan aumento del ritmo cardíaco y sudoración en las palmas de las manos. La respuesta emocional no se convierte en consciente hasta más tarde, en el momento en que las regiones superiores de la corteza cerebral intervienen en el proceso.

Ray Dolan, del Instituto de Neurología de Londres, ha descubierto que experimentamos este tipo de respuesta incluso cuando nuestra atención se ve desviada hacia otros asuntos, y no vemos las imágenes de las caras angustiadas más que en las zonas periféricas de nuestro campo de visión. La empatía, deduce Dolan, es automática y visceral. Pero los individuos violentos no reaccionan así.

¿Es la falta de empatía una causa o un efecto de su comportamiento?

Las opiniones al respecto son variadas. Raine y otros han descubierto que los niños que más tarde se convierten en adultos violentos tienen respuestas viscerales anormales; como, por ejemplo, cierta falta de sudoración en las palmas de las manos.

Estudios realizados con gemelos y con niños adoptados señalan que la herencia tiene una gran importancia en las conductas criminales y antisociales, aunque el efecto genético es más fuerte en crímenes impulsivos o causados por la codicia que en los crímenes en los que se ataca a otras personas de forma premeditada.

También se ha comprobado que el comportamiento antisocial es el resultado de las experiencias de las primeras etapas de la vida. Jonathan Pincus, un neurólogo de la Facultad de Medicina de la Universidad de Georgetown, en Washington DC, ha descubierto que las personas acusadas de asesinato a menudo habían sufrido abusos cuando eran niños, y muchos presentan algún tipo de discapacidad neurológica y enfermedades mentales.

Entonces, si somos capaces de encontrar explicaciones a lo que hace la gente malvada, ¿no estaremos sustituyendo el mal moral, que se comete libremente, por el mal natural, que escapa a nuestro control? En este caso, puede que los criminales violentos no sean, en última instancia, responsables de sus actos, y por tanto, nuestro sistema legal debería modificar la forma de tratarlos. Hablemos de este asunto con cautela. En primer lugar, deberíamos preguntarnos si las “causas” de la conducta antisocial son determinantes hasta el punto de convertir la violencia en algo inevitable. Si la persona que sufre un trastorno psicológico no tiene más remedio que cometer actos violentos, eso significaría que debería ser absuelta de toda responsabilidad.

¿Y si nuestro cerebro tiene fallos?

Estas cuestiones nos plantean una pregunta inquietante que nos lleva un poco más allá: ¿qué hacer con el hombre o la mujer que aún no ha cometido delito alguno, pero padece las mismas anomalías neurológicas que el criminal violento? ¿Habría que encarcelarles también a ellos por si acaso? ¿Deberíamos apartarlos de la sociedad y ponerlos en “cuarentena” psiquiátrica, para protegerles tanto a ellos como a sus potenciales víctimas?

Los avances en el campo de la neurología permiten identificar a estas personas cada vez más fácilmente. Y la posibilidad de encerrarlas para aislarlas ya no es una especie de pesadilla futurista digna de Orwell, pues ha sido discutida por el gobierno del Reino Unido en las propuestas de la nueva Ley de Salud Mental.

Si esta posibilidad se convierte en ley, se podría requerir la colaboración de psiquiatras como yo para detener a personas que, en nuestra opinión, corriesen el riesgo de cometer crímenes violentos. Esta perspectiva es preocupante, especialmente debido a la dificultad de predecir hasta qué punto estos individuos constituyen una amenaza.

Es difícil no llegar a la conclusión de que, aunque la neurología nos proporciona una visión más precisa de las mentes de los asesinos, sólo consigue complicar aún más las decisiones que debemos tomar a la hora de tratar el tema del mal que cometen los humanos.

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