Supongamos que por un extraño fenómeno –al estilo de La novia cadáver, la última película de Tim Burton– los difuntos vuelven durante unas horas al mundo de los vivos. Encuentro feliz, abrazos… y las primeras palabras: “¡Pero qué gordos estáis todos!”.
La estadística no engaña. La báscula simboliza la gran paradoja de la sociedad desarrollada actual: la era en que más se valoran los cuerpos gráciles es también la del michelín. Hace veinte años, en España los niños con sobrepeso rondaban el 13%; hoy, según datos del Ministerio de Sanidad, superan el 26%, y casi el 14% sufre obesidad. Los chavales españoles de entre 7 y 11 años son los más gordos de Europa.
Las cifras en adultos no son menos escalofriantes: el 38% sufre sobrepeso y el 15%, obesidad, pero la infantil se considera más grave porque se traducirá en pacientes jóvenes con diabetes y enfermedades cardiovasculares. ¿Por qué? Los expertos tienen muy clara una parte de la respuesta: no son los genes, es el ambiente. No hemos podido evolucionar tan rápidamente, la dotación genética de nuestra especie es la misma hoy que hace una década; lo que ha cambiado es el “uso” que hacemos de nuestro organismo.
¿El problema es que comemos más que antes (metemos más energía), o que hacemos menos ejercicio (gastamos menos)?
Lo principal parece ser esto último, señalan los expertos, aunque seguramente hay un poco de cada. Manuel Serrano Ríos, jefe de Medicina Interna del Hospital Clínico de Madrid y catedrático de Medicina de la Universidad Complutense, habla de una cocacolización del estilo de vida: “Han progresado la industria de alimentos, la propaganda, el fomento del consumo… La paradoja es que en las sociedades ricas el consumo calórico baja, pero la obesidad aumenta. La causa no puede estar sino en la falta de ejercicio”.
En los últimos años se ha descubierto que dentro de ese gran cajón llamado “vida sedentaria” hay un culpable con un papel mucho más importante de lo que nadie esperaba: la televisión. Los expertos han encontrado una asombrosa correlación entre las horas transcurridas frente a la tele y el Índice de Masa Corporal (IMC). La revista especializada International Journal of Obesity publicó un estudio sobre hábitos de vida y estado de salud de más de un millar de niños nacidos en 1972 y 1973, a quienes se siguió durante una década y de nuevo al cumplir los 26 años.
Los datos muestran una fuerte correlación entre el número de horas diarias de tele en la infancia y el IMC, correlación que se mantiene incluso después de considerar el peso de los padres y el estatus económico. Ver la televisión “tiene un papel más importante en el aumento del IMC que el que se atribuye a la dieta o al ejercicio físico”, ha destacado Robert J. Hancox, de la Universidad de Otago (Nueva Zelanda).
El resultado no es del todo nuevo. Hace unos años, el español Jesús Vioque, del departamento de Salud Pública de la Universidad Miguel Hernández (Alicante), publicó en la misma revista un estudio hecho a casi 2.000 españoles. Sus conclusiones: quienes permanecen al menos cuatro horas diarias ante la tele tienen más del doble de probabilidades de ser obesos que quienes no pasan de la hora al día.
¿Y por qué la tele, más que cualquier otra actividad sedentaria?
La conclusión de los expertos es que la tele incita a comer peor, ya sea explícitamente, por la publicidad, o porque se asocia a ciertos hábitos. Otros estudios revelaron que los teleadictos comen más grasas saturadas, carnes rojas, embutidos, dulces, snacks y menos pescado, fruta y verdura. ¿Cuánto vemos la tele los españoles? Los niños, la escalofriante cifra de 3 horas y 40 minutos diarios, según la Confederación Española de Amas de Casa, Consumidores y Usuarios (CEACU). Los adultos más, casi cuatro horas. La media europea ronda las dos y media, y la de EEUU, unas cuatro.